En una reciente entrevista en La Contra de La Vanguardia, Jeff Rubin, ex economista jefe del CIBC – un gran banco canadiense-,advertía de la insostenibilidad económica de la globalización y la cultura low cost.Para Jeff Rubin, la escasez de petróleo y las previsibles futuras subidas de precio del crudo acabarán definitivamente con el sueño o quizás la pesadilla – según sus palabras-de la globalización. Aún no he leído el libro en el que se sostiene tal pronóstico y que costó al autor su puesto de trabajo en el CIBC, y confieso también mi resistencia ante las profecías apocalípticas de los nuevos gurús de la economía, tan abundantes. Pero, en este caso, la idea de fondo de Rubin sí me parece sugestiva, quizás porque encaja bien con la reserva creciente que siento ante tanto entusiasmo acrítico en el campo académico por el estímulo ilimitado de la movilidad y la deslocalización del talento.
Creo que no es necesario que demuestre mi acuerdo con la necesidad de abrir nuestra universidad al exterior e internacionalizarla. Entré en la universidad cuando la movilidad de los profesores era escasísima y la de los alumnos una excepción limitada a familias con recursos y visión de futuro. Así pues, para muchos de mi generación, la apuesta por la movilidad internacional no ha sido algo dado por descontado, sino resultado de la apuesta personal con costes elevados y con resultados desiguales. Pero, en cualquier caso, hemos creído en la necesidad de estar al día de lo que ocurría fuera de nuestras fronteras; en la medida de lo posible, hemos viajado y buscado el intercambio y, por supuesto, estamos comprometidos con la movilidad académica de las actuales generaciones.
Pero del interés por la promoción de la movilidad del talento y la globalización del conocimiento, a menudo se pasa a una verdadera obsesión acrítica por desterritorializar el saber y las personas. Y, desde mi punto de vista, no está nada claro que tal movilidad tenga un interés absolutamente universal. Es cierto que existe un grupo profesional cada vez más amplio para el cual la movilidad es fundamental porque su mercado de saberes y laboral está globalizado. Y no es menos cierto que entre ellos están bien representados el colectivo de profesores e investigadores. Pero no todas las profesiones exigen, ni tan solo permiten, tal movilidad. En este sentido, quizás no sea muy racional, ni desde el punto de vista económico ni desde un punto de vista cultural, social ni tan solo científico, poner todo el sistema educativo superior al servicio de una movilidad que no todo el mundo va a necesitar. Quizás sería conveniente considerar exigencias distintas y no medir la excelencia de todos por el rasero de la globalización.
En alguna otra ocasión he ironizado sobre la contradicción entre la defensa que hacen ciertos políticos de la movilidad a ultranza sin que ellos tengan la menor intención de hacer carrera política en otro país que no sea el suyo de origen. Pero no es solo el caso de los políticos. Por ejemplo:
¿tendría algún sentido contratar a un excelente y muy experimentado director de The New York Times para dirigir La Vanguardia?¿Existe un mercado globalizado de directores de medios de comunicación escritos? En absoluto. Está claro que aquí no se discute la necesidad que todos ellos tengan un conocimiento de lo que ocurre en todo el mundo a propósito del mercado de la prensa. Pero resulta fácil imaginar que la excelencia en asuntos relativos a la información en un determinado país exige, precisamente, una estrecha y larga vinculación con el territorio para el que se trabaja. Lo mismo podría decirse de un buen número de especialidades académicas: numerosos campos de la historia; algunos tipos de derecho; ciertas áreas de la sociología, incluso en ámbitos de las ciencias naturales muy vinculados a campos particulares – expertos en la botánica de una zona determinada-,y no digamos expertos en una lengua determinada o una tradición literaria.
Uno de los problemas que precisamente plantea la globalización del conocimiento, volviendo a Jeff Rubin, es hasta qué punto y en qué casos, con ella, este se convierte en una mercancía low cost.Quizás no sea el caso de la dirección general de una multinacional automovilística en la cual el vehículo que se fabrica es el mismo en cualquier país. Ni de la cirugía cuando las técnicas utilizadas sirven en cualquier punto del planeta. Ni para investigar en el sincrotrón Alba de la UAB. Pero en otros campos, lo excelente es particular y la globalización puede implicar trivialización del conocimiento. En algunas ocasiones, hay que reconocerlo, la presencia de estudiantes extranjeros en las aulas obliga a la simplificación de los programas más vinculados a las tradiciones culturales particulares: no sólo es la lengua propia del país lo que amenaza la movilidad.
De todo lo dicho no se deriva ninguna enmienda a la totalidad ni a la globalización ni a la movilidad del talento cuando es necesario. Pero hay talento que no es movible y que fuera de su ámbito se convierte en curiosidad exótica. Ni todo el mundo tiene por qué moverse, ni quizás todos quieran, legítimamente, hacerlo. Rubin afirma que “el mundo está a punto de hacerse más pequeño”. En algunos campos del saber el mundo es pequeño y no puede globalizarse sin dejar de ser conocimiento. Hay grandes saberes que sólo pueden ser particulares y de alto coste.