Datos para la confianza

Obsesionados como estamos en buscar malas noticias que confirmen los peores augurios para Catalunya, podría ser que se nos hubieran pasado por alto las respuestas a algunas preguntas de la última encuesta del Instituto Noxa para La Vanguardia. No me refiero, por supuesto, a las referidas a pronósticos electorales, que son el tipo de cuestiones que necesitan más cocina, aparte de estar formuladas en estos momentos sin que el ciudadano conozca aún el escenario de lo que habrá por escoger cuando lleguen las elecciones en noviembre. No: estoy hablando de los porcentajes de catalanes que consideran que los inmigrantes – me imagino que los encuestados, igual que yo, habrán entendido que la pregunta se refería a los extranjeros últimos en llegar-no tienen por qué tener menor acceso a los servicios sanitarios, escolares o al trabajo. Según el Instituto Noxa, en Catalunya, opinan que “todo el mundo debe tener los mismos derechos” sanitarios, escolares o al trabajo en un 81, 78 y 75 por ciento respectivamente. Unas cifras verdaderamente excepcionales dadas las circunstancias de crisis económica, con déficits notables en cada uno de estos ámbitos.

Naturalmente, los catalanes no somos estúpidos y también sabemos que dada la recesión, el número actual de inmigrantes “es excesivo” – lo creen un 52 por ciento-para la disponibilidad actual de puestos de trabajo. Si todo el mundo dijo que venían inmigrantes porque eran necesarios ante la demanda de trabajo, con unas tasa de paro cercanas al 20 por ciento, está claro que ahora sobra mano de obra, aunque sea temporalmente. Y decir que “es excesivo” no implica querer echar a nadie fuera. Quizás acaben cumpliéndose aquellas previsiones que en el 2005 consideraban que España necesitaría entre 4 y 7 millones más de inmigrantes para el 2020. Pero, de momento, y por un largo periodo, lo que van a faltar son puestos de trabajo para todos los que ya estamos aquí, unos y otros. Así que la coincidencia de ambas respuestas, es decir, la clara conciencia mayoritaria del exceso de mano de obra con el apoyo a la igualdad de derechos, aún hace más valiosas las dos opiniones.

Tampoco es un dato menor, de todas maneras, que la opinión de que sobran inmigrantes sea especialmente alta entre los que “sólo se sienten españoles”. Las preguntas y las respuestas a esta cuestión, con todo, no permiten una interpretación clara. Podrían coincidir varios factores difíciles de valorar en su importancia relativa: desde una competencia más directa por los puestos de trabajo hasta una cultura identitaria menos abierta al extranjero y más excluyente a pesar de corresponder, probablemente, a antiguos inmigrantes, o precisamente por serlo. Conocer el “perfil identitario” – por recurrir a los conceptos al uso en este tipo de trabajos-del nueve por ciento que considera “muy o bastante probable” el votar a una candidatura xenófoba nos daría algunas pistas más. En cualquier caso, lo que sí debe excluirse es que pueda correlacionarse positivamente una preponderancia de la identificación con lo que la encuesta denomina “identidad catalana” con actitudes cerradas o xenófobas.

Llevo a cuestas tal historia de crítica radical pública de los abusos interpretativos de este tipo de encuestas que en ningún caso me puedo permitir ahora exagerar en mis esperanzadas consideraciones. En su valor justo, los datos de tales encuestas sólo dan para lo que es propio de un trabajo periodístico: intentar ver tendencias, apuntar grandes mayorías, sugerir cambios. Pero todo lo que tienen de inmediatez e intuición lo tienen de limitación: atienden a parámetros archiconocidos que pueden llegar a ocultar nuevos fenómenos que no aparecen descritos en los viejos relatos sobre los que se construyen los cuestionarios. La precaución, pues, obliga a no echar las campanas al vuelo. Pero aun así, sigo viendo los resultados comentados como realmente excepcionales, dadas las circunstancias sociales que se viven en estos momentos.

Todo ello no significa que no existan situaciones verdaderamente preocupantes en algunas ciudades y pueblos en los que las consecuencias de la crisis y el aumento del paro sobre una población con altos índices de nuevos ciudadanos puedan llevar tanto a una mayor conflictividad y sensación de inseguridad como a tener alguna influencia en el sentido del voto, particularmente en las elecciones municipales. Afortunadamente, las políticas sociales de los gobiernos locales, ayudados con los recursos de la Generalitat, o el trabajo eficaz de organizaciones como Cáritas, hasta ahora – y esperemos que en adelante-han servido para mantener la situación bajo control. Pero es justo en este escenario crítico cuando las mentalidades forjadas en experiencias anteriores de migración pueden llegar a tener un papel especialmente importante como elemento moderador, si no pacificador e incluso acelerador de los procesos de enraizamiento. También en este ámbito la crisis no tiene que ser sólo un factor de riesgo, sino que puede mostrar el valor de todos los esfuerzos y de todas las renuncias que se han realizado históricamente en este país a favor de la cohesión social. En cualquier caso, la crisis nos ha cogido con los deberes hechos, es decir, con un buen Pacte Nacional per a la Immigració, que debe permitir atender a las actuales circunstancias sin urgencias ni tacticismos. Los datos de la encuesta de La Vanguardia muestran lo mejor de la sociedad catalana. Sepamos aprovecharlo para ganar confianza en nosotros mismos, que buena falta nos hace.