El independentismo catalán ha salido del armario y va a marcar una nueva centralidad política
Voz reputada entre los analistas de la cuestión catalana, Cardús destaca la pujanza del independentismo en la sociedad catalana, un independentismo «maduro, tranquilo» y heterogéneo, como se refleja en el proceso de consultas, y al que le falta todavía una expresión política. Advierte, no obstante, contra posibles apresuramientos en torno a las cercanas citas electorales en Catalunya.
A día de hoy, muchas voces relevantes de la sociedad catalana sostienen que la centralidad política de Catalunya está dominada en estos momentos por el independentismo o el soberanismo. ¿Comparte usted esta afirmación?
Lo que hay ahora son dos centralidades. La que marca la política institucional, parlamentaria, que podríamos decir que es de carácter ideológico, de centro izquierda muy clásica, con el partido socialista y Convergencia en el centro, y que representa la centralidad oficial. Pero además, está apareciendo otra centralidad de carácter subterráneo, aún no visible en todo su conjunto, que no tiene todavía una expresión política clara y definitiva, y que está definida por el independentismo.
Un independentismo maduro, muy tranquilo, que «ha salido del armario», y cuya dimensión aún no conocemos exactamente, que probablemente necesita liderazgo y expresión política, pero que está clarísimamente ahí, que es visible, y que va a marcar una nueva centralidad política.
¿Qué ha cambiado en la sociedad catalana para encontrarnos en la coyuntura actual?
Han tenido lugar algunas cosas de carácter más político, más inmediato y otras de largo alcance. Y unas han hecho cuajar las otras. Entre las primeras encontramos el fracaso del proceso de reforma del Estatut. El fracaso de los propósitos de fondo para los que se dijo que se hacía este Estatut y que era lo que esperaban y señalaron en su día Maragall, Esquerra o Convergencia. Nada de lo que dijeron se ha cumplido, y ésta no es una valoración subjetiva o interesada, no hay más que acudir a las hemerotecas para comprobar que lo que iba a ser y lo que ha sido no se parece en nada.
El camino propuesto por la política institucional, parlamentaria, ha sido un nuevo Estatut para conseguir un horizonte a veinticinco años vista. Pero solo la idea que éste pueda ser el Estatut que defina los próximos 25 años de nuestro futuro como nación, para muchos es algo inaceptable. Además, los tres años de puesta en marcha del mismo han acabado por mostrar definitivamente que no ahorraba los clásicos problemas de negociación permanentes con el estado.
Entre las segundas circunstancias, hay que considerar un marco mucho más general, de los últimos diez o doce años, donde se visualiza que el país estaba perdiendo su capacidad para la innovación, el progreso, la creación de riqueza, para ofrecer un futuro a la gente, y eso ha ido provocando una especie de clima depresivo en el país, de baja autoestima, donde sólo se destaca lo negativo.
En definitiva, a la visión negativa del país se le ha unido una crisis económica que agrava la situación, y se ve que España no es la vía de salida, sino todo lo contrario, es un lastre superior, y que finalmente el Estatut no resuelve la situación.
¿Cuál es el perfil sociológico de ese movimiento articulado en torno a las consultas?
Por la experiencia que tengo en la participación directa en diferentes actos que se han organizado, siempre multitudinarios, lo interesante es que se trata de un movimiento muy plural, que engloba a gente joven y a personas mayores; la presencia de la mujer es muy elevada, algo que no era habitual; es urbano y es rural al mismo tiempo. Además, destaca la presencia de profesionales medios y altos, gente con importantes responsabilidades en empresas e instituciones. Es, en definitiva, una combinación muy amplia y muy heterogénea.
Reforma estatutaria, encaje en España, federalismo…¿son términos superados o sin recorrido en las actuales condiciones?
En treinta años no han avanzado nada. Los federalistas se han dado cuenta que en el estado español no hay quien apuesta por esa fórmula, por lo que su recorrido es cortísimo. El otro camino, el de Convergencia sobre la dimensión plurinacional del estado, su recorrido también ha sido nulo. Algunos ya han comenzado a reconocer esa absoluta falta de perspectivas. Esos caminos son por decirlo con una cierta ironía, una «imposibilidad contrastada», es decir, está demostrado que es imposible. Sin embargo, la independencia es una «imposibilidad por contrastar», o sea que quizá también sea imposible, pero no lo hemos probado.
Hay otro dato, España se ha vuelto profundamente antiautonomista. No me refiero al uso político y electoralista del anticatalanismo, eso es otra cosa; me refiero a la pérdida de confianza en el modelo autonómico y en su modelo de gestión, que se hace más evidente en todas partes. Pensar que la autonomía tiene recorrido es absurdo, a no ser para retroceder, Si se abre el melón de la Constitución será «para poner orden», que es lo que intenta el Tribunal Constitucional sin mucho éxito, es una vuelta atrás, una nueva vuelta de tuerca.
Recientemente usted ha señalado que hay indicios serios de que el independentismo será combatido con las peores armas. Cuál cree que será la respuesta del estado español a ese despertar nacional?
Para empezar, lo que ha hecho es actuar con inteligencia: nunca se debe menospreciar la inteligencia del adversario. Éste es inteligente, y no utilizará las mismas armas en Euskal Herria y en Catalunya, porque la sociedad es muy distinta, y lo que está haciendo en Euskal Herria sería totalmente impensable en nuestro país.
De momento ha reaccionado mostrando indiferencia y silenciando lo que está ocurriendo. Es una primera forma de actuar, cómoda. Pero yo creo que van a ser muy duros en la persecución del descrédito personal, ante la aparición de nuevos líderes que van a ser atacados de una manera muy dura por parte de los mecanismos de que dispongan y posiblemente se intentará volver a criminalizar al independentismo con acusaciones de «populismo, Berlusconianismo». Por ejemplo a Laporta se le quiere comparar malintencionadamente con el dirigente italiano. De todas maneras, la actual configuración popular del movimiento es una buena salvaguardia.
¿Cómo valora la reacción de los medios de comunicación ante lo que está aconteciendo?
Se están viendo las dudas y las indecisiones. De momento no se puede percibir una posición definitiva, simplemente esa dificultad por parte de los propios medios de evaluar correctamente lo que está ocurriendo y no querer dar aire, pero tampoco quedarse al margen de lo que ocurre, está marcando su postura. Yo creo que los medios catalanes no van a tener una actitud negativa, ni los más conservadores. La evidencia, como las próximas consultas del 25 de abril, con ciudades como Manresa y resultados significativos, no se podrá obviar.
Otra cosa es la prensa desde Madrid, pero ya sabemos cuál es su punto de vista en este combate, y en su momento deberán valorar si una posición de confrontación favorece sus intereses o es justo lo contrario, y acaban por empujar aún más. La reacción ante el editorial conjunto de la prensa catalana mostró que en Madrid, ni siquiera cuando se les avisa de manera leal de que hay problemas, ni siquiera en ese momento entienden nada.
¿Qué papel estarían jugando los partidos políticos parlamentarios en este escenario?
Están desconcertados, viven en la conciencia de una pérdida de credibilidad enorme, con una abstención creciente y galopante, lo que ellos entienden como un desafecto de la ciudadanía hacia la política. Y eso es una mala interpretación, porque lo que está ocurriendo es justo lo contrario, el desafecto es el suyo hacia los ciudadanos, no se dan cuenta hasta qué punto las personas se sienten desatendidas por su actitud. Y es entonces cuando hablan de que la ciudadanía pasa de política, y resulta que está más politizada que nunca. Es una mala diagnosis pensar que el problema es de desafecto, será desafecto hacia algún tipo de política o hacia la incapacidad para conectar, para dar mensajes correctos.
Yo lo he descrito diciendo que es como si estuvieran dentro de una ratonera; el parlamento se ha convertido en una especie de ratonera de la que no saben cómo salir, pero de la que tampoco quieren salir, porque les protege. La sociedad demanda que salgan, porque en ese espacio hay un margen muy pequeño de maniobra, por eso demandan a los políticos un poco más de valentía, de capacidad.
¿Serán las próximas citas electorales, autonómicas este año y municipales el próximo, un obstáculo en la articulación de un movimiento independentista fuerte?
En cierta manera, sí. Creo que para este despertar independentista llegan demasiado pronto. Aquí hay un riesgo importante, ya que cuando estemos cerca de las elecciones los partidos parlamentarios van a marcar muy bien el terreno y va a ser muy difícil que lo que no está ya dentro pueda expresarse. Cuando se acercan las elecciones los caminos se estrechan y no es fácil que el independentismo amplio haya sido capaz de encontrar sus líderes y su expresión propiamente política.
Para estas elecciones quizás lo mejor sería dejarlas pasar, y prepararse bien para el siguiente paso. Pero comprendo que esta es una opinión muy poco política, y que los dirigentes de estos movimientos quieran aprovechar la oportuidad.
¿Cómo debería encarar el independentismo los grandes retos que se le avecinan?
Desde mi punto de vista se debe proteger con mucho cuidado lo que es el movimiento social, no poner en riesgo tras las elecciones el movimiento de base y evitar las peleas internas y que los resultados electorales puedena poner en peligro el despertar popular. Lo primero a preservar es, por tanto, el movimiento de fondo.
El segundo factor a tener en cuenta sería, si es que finalmente hay que presentarse a las elecciones, asegurarse de que las relaciones entre este movimiento social y la candidatura quedasen muy bien articuladas, de forma muy clara, que se viera cuál es la relación entre una cosa y otra. Además, los posibles candidatos deberían representaran la pluralidad del propio movimiento social, para mostrar las diferentes sensibilidades de forma abierta y rica. Y, finalmente, el discurso político debería centrarse en la exigencia de radicalidad democrática y de trazar el camino a la independencia, pero sin entrar en debates ideológicos propios de los partidos.
Insisto además en una idea clave: hay que construir un independentismo muy generoso, capaz de evitar enfrentamientos inútiles, capaz de integrar todo lo que sume en la misma dirección. Debe ayudar a que los independentistas «salgan del armario», a superar temores y a definir que debe entenderse por independencia en el siglo XXI.