Contra los ‘cordones sanitarios’

La metáfora cordón sanitario aplicada a la política, como suele ocurrir con el uso de la mayoría de otros conceptos médicos – la necesaria “extirpación del cáncer del terrorismo”, el peligroso “virus del nacionalismo”, etcétera-es tremendamente inapropiada para los asuntos sociales y, en particular, para la democracia. Efectivamente, la petición del candidato de ICV a la presidencia de la Generalitat, Joan Herrera, para que ERC y PSC se unan a su partido en un “cordón sanitario” para frenar “las fuerzas políticas racistas y contra las ideas racistas” es, ante todo, profundamente antidemocrática. Se trata de un intento no sólo de aislar a un partido político, sino de los sectores sociales a los cuales representan estos partidos y de ignorar ideas que, ciertamente, deben ser discutidas cara a cara, pero en ningún caso pueden someterse a aislamiento ni pueden ser silenciadas como si se tratara de una epidemia contagiosa. Precisamente, la experiencia en buena parte de la Europa central demuestra que los cordones sanitarios han acabado en un auge peligrosísimo de los partidos de extrema derecha y explícitamente xenófobos, al no entender que los nuevos lazaretos políticos dejaban cerrados dentro a muchos más ciudadanos de los imaginados y no sólo a los líderes de tales ideas.

La metáfora del cordón sanitario también es la que legitimó en su día la antidemocrática ley de Partidos, pensada para sacar del tablero de juego político a la izquierda independentista vasca y dejar vía libre para que triunfara el pacto de gobierno antinatural entre PP y PSOE. No sé si la ley acabará siendo útil en la lucha contra el terrorismo, pero no tengo ninguna duda sobre el deterioro democrático que supone aislar a un 10% o un 15% de la población, como si toda ella estuviera apestada y hubiera que confinarla fuera de las instituciones. Lo mismo diría, aunque era mucho menos grave, de lo que en su día supuso la firma ante notario de CiU para excluir al PP de sus posibles pactos de gobierno. Y es el caso del compromiso explícito en el pacto del Tinell del primer tripartito para excluir al PP de cualquier pacto político, y que quizás sea la verdadera raíz de todo el embrollo estatutario que causó el recurso del PP ante el Constitucional. En democracia no son tolerables las exclusiones preventivas y menos las de los principales oponentes. La confianza en la razón y los buenos argumentos, la defensa de la libertad de expresión y la preeminencia de la voluntad popular libremente expresada deben ser absolutas y garantía total ante todo intento de reclusión de nadie en ningún campo de concentración ideológico.

Los intentos de crear cordones sanitarios políticos o ideológicos son expresión de una falta de confianza tanto en la fuerza de las propias ideas como en la sociedad a la que se quiere proteger aislándola de los malos. Desde mi punto de vista – aunque es difícil demostrarlo de manera indiscutible-,el aumento de votos al único partido catalán xenófobo precisamente se debió al anterior tácito pacto de silencio acerca de los conflictos derivados del alocado crecimiento demográfico muy por encima de las posibilidades de nuestro sistema asistencial público y del mercado laboral para atenderlo de manera razonable. La coacción sobre la opinión pública para que no exteriorizara la inquietud causado por este tipo de conflictos, bajo la amenaza de ser acusada de racista o xenófoba, provocó justo lo contrario: la exacerbación del malestar y su encauzamiento hacia el único partido que, aunque fuera por vías falsas, parecía entender y atender los temores sociales de una parte significativa de la población. Es decir: la ley del silencio política y mediática aplicada a Anglada y los suyos fueron la principal causa de su afianzamiento electoral en las municipales. Y, todo lo contrario, creo que la actual ventilación del debate inmigratorio, a pesar de que en algún episodio se pueda cruzar la línea roja de lo políticamente correcto, va a suponer la desactivación de este mediocre partido xenófobo y su irrelevancia política en las próximas elecciones catalanas.

El caso de las declaraciones de Herrera, aunque graves desde el punto de vista de la cultura democrática, también tienen un punto risible desde el punto de vista retórico. Es paradójico que la petición de “cordón sanitario” contra aquellos que “quieren hacer de la desigualdad y las diferencias su oportunidad electoral” (en relación con el PP), sea proclamada en una asamblea que tenía por lema “La izquierda verde marca la diferencia”. Y, en cualquier caso, Herrera cae en la contradicción de entrar en el debate sobre la inmigración también por razones electorales. En el fondo, lo que uno sospecha es que la propuesta de crear un cordón sanitario y, en general, el recurso abusivo a las acusaciones de racismo y xenofobia al menor intento de poner orden a los conflictos reales y a los malestares difusos, son estratagemas políticas propias de los que sólo disponen en su haber de grandes principios ideológicos, pero de ninguna solución efectiva para resolverlos. En cualquier caso, no puede comprenderse que Herrera pueda acusar al alcalde de Vic de “apuntarse a lo que dice la derecha más extrema”. Quizás algún día debamos también analizar el fomento de otras xenofobias como las ideológicas, en este caso contra “las derechas”, en otros contra “las izquierdas”.