Grandeza y riesgo
La próxima sentencia del Tribunal Constitucional que va a desahuciar definitivamente el Estatut del 2006 acentuará la actual precariedad de la vida política catalana hasta límites insospechados. Nadie sabe a ciencia cierta qué va a pasar el día después de tal estropicio jurídico-político. El envite que está echando el Estado sobre Catalunya a través de su Tribunal Constitucional no es de los que acaban en un simple enfado que uno pueda hacerse pasar desbravándose con una manifestación de sábado por la tarde y agitando una estelada. No sé cómo se ve la realidad catalana actual desde la Maestranza de Sevilla o desde Chamberí, pero los magistrados del Alto Tribunal van a tener primero una sorpresa. Y luego, un disgusto.
Tanta precariedad política, lógicamente, incomoda a los grandes partidos catalanes con expectativas de gobernar. La política es como los negocios, en los que sólo gustan los riesgos que se pueden controlar. Pero la sentencia va a poner el país en un riesgo descontrolado.
Por esa razón puede entenderse que los partidos que podrían gobernar y los partidos satélite, cuyo asiento depende de los primeros, hayan intentado parar la sentencia por todos los caminos imaginables, aunque sólo fuera hasta después de las elecciones. Como era de esperar, estos gestos a la desesperada – por otra parte, de talante tan poco democrático-han conseguido todo lo contrario: desentumecer al TC, pincharle, y ponerle – con tranquilidad y buenos alimentos-a trabajar.
Pero es en este marco de incertidumbre que se van a producir grandes episodios políticos en los próximos meses y años en Catalunya y, de paso, en España. Grandeza y riesgo suelen darse la mano. El presidente Jordi Pujol también tuvo sus mejores momentos políticos en los periodos de mayor riesgo, y los peores, cuando todo parecía atado y bien atado. Es por esa razón que quien quiera liderar estos años venideros también deberá arriesgar y mucho, si no quiere que su oportunidad pase de largo. El liderazgo obliga a ponerse delante de los acontecimientos, por lo que es imprescindible interpretar su dirección correctamente. Era en la serie The west wing que alguien afirmaba: “Un líder sin seguidores es un tío paseando…”.
He estado hilvanando estas reflexiones para llegar hasta aquí: todos los datos disponibles hasta ahora sugieren que Artur Mas puede ser, esta vez sí, el nuevo presidente de la Generalitat tras las elecciones de octubre o noviembre. No debe extrañar, porque es un muy buen candidato, que transmite seriedad y confianza, aspectos de los que la política en general anda muy necesitada. Además, después de dos triunfos sin éxito, a la tercera debería acompañarle la fortuna. Pero el candidato Mas deberá arriesgar tanto como la incertidumbre lo exija y, como sugería antes, sería necesario que supiera ver dónde están los seguidores para ponerse justo delante y dirigir la operación.
En cambio, por lo oído y leído hasta ahora, Artur Mas se mueve dentro de unos parámetros más bien antiguos, como si no se atreviera a asumir el liderazgo del gran futuro que se avecina. Por una parte, sigue empecinado en utilizar eufemismos como la expresión “derecho a decidir”, en lugar de lo que ya está en boca de todo el mundo: la independencia. En realidad, el derecho a decidir de los catalanes, si no es que se está hablando de autodeterminación, está perfectamente establecido en los textos legales. Y si se quiere traspasar los límites establecidos, pero sin romper la baraja, entonces hay que cambiar las reglas con una nueva Constitución. Así, sugerir que la nueva frontera del “derecho a decidir” de los catalanes está en el concierto económico, en vigilias de la sentencia contra el Estatut, parece una broma de mal gusto. Porque el problema no es que exista consenso en Catalunya para exigirlo: donde no hay consenso es en España para conseguirlo, y es donde lo dan. De manera que si se rechaza la posibilidad de un referéndum sobre la independencia por la imposibilidad de ganarlo – y estoy de acuerdo con Mas que sólo nos debemos permitir victorias-,por la misma razón debe aparcarse el camino del concierto y la retórica confusa del “derecho a decidir”.
Artur Mas ha recurrido al argumento de la falta de madurez de los catalanes para poder dar el paso definitivo hacia la emancipación nacional de Catalunya. Ya es mucho, porque sugiere que estamos en el buen camino. El candidato de CiU está en la misma línea de los que suelen argumentar que “ya les gustaría la independencia, pero que no es posible”. Aunque Mas matiza, si no lo entiendo mal, que aún no es posible. Bien. Pero aquí es donde está la máxima incertidumbre y todo el riesgo que el líder debe asumir: si Mas quiere estar delante de sus seguidores, debe acertar en la dirección en la que estén avanzando, no fuera el caso que acabara siendo “un tío paseando” o, como mucho, el encargado de cerrar la puerta del autonomismo.
Sea como sea, me parece indiscutible que si Catalunya consigue la independencia será también con CiU, o por lo menos con Convergència. Cualquier otra hipótesis, la situaría demasiado lejos. La gran cuestión está en si CiU, o CDC, sabrán ponerse al frente del proceso de maduración que parece que ya han acertado a ver. Pero que no olviden que no hay grandeza sin riesgo.