Cada vez estoy más convencido de que es el estilo de las actuales campañas electorales el que invita a la desafección política de la cual luego se quejan amargamente – y farisaicamente-los políticos. Y, más allá de las especulaciones siempre inciertas sobre a quién beneficia una mayor abstención, creo que la razón fundamental es sólo una: la propaganda electoral busca, principalmente, debilitar la confianza en el adversario, atacando no tanto sus argumentos o sus promesas, sino su credibilidad. Es decir, la crítica deja de ser propiamente política, de discusión del programa o de la ideología, y se ensaña contra el líder y su partido, contra pactos secretos, contra supuestos engaños de los que nos advierten generosamente y contra una ambición insana e ilimitada de poder que sólo afecta al adversario.