Aspirante sin rival

  • son unas elecciones raras. Catalunya vive uno de sus momentos más críticos después de la restauración de las instituciones de gobierno democrático, y los partidos se presentan tocando el violín. La crisis económica ha agudizado el drama del largo espolio fiscal, que se acerca al 10% del PIB y unos 22.000 millones de euros anuales. Por otra parte, la sentencia del Tribunal Constitucional ha cortado de raíz el horizonte que los catalanes nos habíamos dibujado en el Parlament y que, previo cepillado en las Cortes y en un acto de resignación -que se vendió como de realismo y de responsabilidad y ahora se descubre como irresponsable-, se votó favorablemente en referéndum.

Así, sin recursos y sin horizonte político conocido, los partidos parlamentarios acuden a la cita electoral sin ofrecer nada que esté a la altura de las circunstancias. Socialistas y ecologistas insisten en un recorrido político que se ha comprobado imposible (es decir, inconstitucional) y que en cualquier caso, depende de la decisión de otros: la quimera de un estado federal español. Justo cuando se acaba de tomar conciencia del final del autonomismo e incluso de su posible retroceso, a falta de alternativas, algunos siguen simulando que no se han enterado de lo que ha significado la sentencia del TC. ERC, los republicanos independentistas, después de seguir en el gobierno con el argumento del “éxito” de su estrategia de fondo -haber convertido al PSC en un partido casi soberanista-, ahora propugna un referéndum como condición para estar en cualquier gobierno, presentándose como “los valientes”. A buena hora. ERC sabe que no podrá pactar un referéndum ni con PSC -que ya ha renegado de su antigua colaboración con los independentistas- ni con CiU. Y si lo pactara, sabe o debería saber que no va a ser posible sin una ruptura constitucional en la que ninguno de los socios posibles le seguiría. El PP, por su parte, sabiendo que no puede presentar una centralidad plausible, se ha empeñado en crecer con los votos anticatalanistas de Ciudadanos y partidos afines, y con los votos xenófobos de Plataforma per Catalunya (PxC).

Luego está la más que probable ganadora: CiU. Pero CiU, con la victoria a tocar y sin auténticos rivales, presentándose en solitario -que tal como están las cosas no es poco- tiene bastante con atribuirse seriedad y orden ante el desgobierno del tripartito. A lo más lejos que llega es a un pacto fiscal para dentro de un par de años, que anuncia como “parecido” a un Concierto Económico. Pero da la impresión que o CiU ya sabe que no va a haber pacto fiscal bilateral alguno, o se engaña calculando que si en unas futuras elecciones españolas fuera necesaria para dar el gobierno al PP o al PSOE, quizás arrancaría un buen acuerdo. El único adversario de CiU es la obviedad de su victoria. La alternativa de CiU es poca cosa para la que nos ha caído encima, pero hay que reconocerle dos cosas importantes. Una, que es la única opción con ganas de gobernar. Y dos, que Artur Mas es un magnífico candidato, que transmite rigor y confianza en tiempos aciagos.

Que CiU sea la única opción con ganas y con posibilidad de gobernar, se demuestra por el hecho de que, además de la retirada de ERC por la razón antes expuesta, el PSC también se ha autoexcluido al anunciar solemnemente que no va a pactar con la “derecha” ni con los “independentistas”. De manera que, dadas la circunstancias, hay que entender que ha decidido dejar correr la Generalitat -como había hecho antaño, cuando presentaba candidatos perdedores por definición-, y posiblemente prefiere concentrarse de nuevo en las municipales del área metropolitana de Barcelona y otras capitales catalanas, donde tampoco lo va a tener fácil. En poco más de cuatro años, gobernando en la totalidad de las administraciones catalanas importantes, lo que se auguraba como un largo período de hegemonía socialista, puede acabar en un enorme fiasco, simplemente por no haber sabido leer bien los cambios y la realidad del país.

Quedan, por supuesto, los aspirantes que actualmente se encuentran fuera del hemiciclo catalán y a los cuales, en general, se les niega el pan y la sal de los medios de comunicación para que no puedan entrar en el reparto de escaños. En particular, el nuevo independentismo llega dividido entre una fuerza oportunista, la de Laporta, y otra, el Reagrupament de Carretero, mejor estructurada pero aun poco sólida y sin recursos económicos para competir seriamente en las urnas. Podrían conseguir, una u otra, algún diputado, pero el voto útil y la abstención se lo van a poner muy difícil.

El resultado final va a quedar muy corto, poco ambicioso, para encarar los desafíos actuales. Quizás por primera vez, la sociedad catalana vaya por delante de la expresión parlamentaria en sus deseos de emancipación, al contrario de los primeros veinte y tantos años, en los que el Parlament era más nacionalista que el país. Otra cosa es que a la hora de votar, la urgencia de hacerlo a un partido que pueda hacerse cargo de una situación económica y social extrema, deje para más adelante las grandes aspiraciones políticas y la exigencia de respuestas ambiciosas.

No me gusta hacer pronósticos y menos electorales, por que es un acto para el que los análisis racionales sirven poco. Pero a CiU no le tendría que ser difícil sacar unos magníficos resultados, rayando la mayoría absoluta: por falta de rival y por méritos propios. Dos circunstancias que, sumadas, pueden multiplicar la ventaja sobre aquellos que ya han renunciado a estar en el gobierno. Y esto supone que va a quedar en manos de la sociedad civil el trabajo de buscar nuevos horizontes, hasta la próxima convocatoria electoral.

 

També podeu llegir l’article al web de Deia