A estas elecciones –quizás a todas– les sobra la última semana de campaña. Lo mejor y lo peor ya han aparecido. Hemos visto hasta donde llega la escasa imaginación de unos, la obscenidad moral de otros –dedicados a cazar inmigrantes e independentistas–, el lamentable sentido del humor de los terceros y las pobres ocurrencias del resto. Ahorraríamos en recursos públicos y mejoraríamos en salud de los candidatos. Pero, especialmente, se podría parar la caída libre de la confianza en la política, que es en lo que se afana la mayoría de los candidatos, acusando a sus oponentes de las peores, más ocultas y más perversas de las intenciones.
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