La templanza como virtud política

Trasmiten serenidad las primeras palabras del candidato apresident Artur Mas después de las elecciones. Suenan bien. Ya había una gran coincidencia en la evaluación positiva del tono yel estilo utilizado en campaña por el candidato convergente. Pero este lunes, en el discurso de investidura y en las respuestas a las primeras interpelaciones, se pudo comprobar que ese tono templado y dialogante no había sido una mera estratagema electoral, sino que se trata de lo que probablemente será el estilo de la legislatura.

Me interesa mucho resaltar esta cuestión del estilo, previo al propio contenido, porque si algo no consiguió nunca el tripartito fue un talante común. Incluso podría decirse que fue la falta de unas maneras compartidas lo quemermó la credibilidad general ante una obra de gobierno que enmuchos aspectos presenta un balance positivo. El president Montilla, queriendo hacer de la necesidad virtud, y quizás escarmentado por las originalidades de su predecesor, creyó que el silencio yladiscreción podrían disimular la diversidad de actores yocurrió justo lo contrario: incluso lasmás pequeñas diferencias acabaron por marcar la personalidad de cada uno.
ArturMas, en cambio, parece confiar mucho en la fuerza de las palabras, y hace bien. Los gestos, dadas las circunstancias, van a ser menos amables y las decisiones no podrán evitar ser duras. De manera que, a partir de ahora, las palabras deberán aportar no sólo las razones, sino los sentimientos necesarios para una mejor conllevancia entre gobernantes y gobernados en tiempos tan difíciles. El parlamento de Artur Mas, como pieza retórica, entendida como el arte de la elocuencia, fue impecable en estructura, ritmo y tiempos. También en el sentido de discurso persuasivo y eficaz. Tuvo fuerza sin caer en el exceso. Y, naturalmente, quedapara la oposición parlamentaria y para el juicio político futuro si el estilo acompañó un contenido suficiente y si los hechos acompañarán y confirmaran las buenas intenciones.
Desdemi punto de vista, las dos principales virtudes del estilo vertido en el discurso de ArturMas fueron la claridad expositiva y la ausencia de agresividad. En cuanto ala claridad, sin caer en un pedagogismo condescendiente y manteniendo el tono institucional, el candidato habló para el común de los mortales. Por lo que se refiere a la falta de agresividad, Artur Mas evitó reproches al Gobierno saliente y desafíos innecesarios a la oposición. Más bien al contrario,Mas desarmó las réplicas con una actitud tan suave que, desde mi punto de vista, incluso se le fue de las manos ante, por ejemplo, ciertas afirmaciones de la líder del Partido Popular que hubieran merecido algo más de contundencia. Y, también en este sentido, el estilo templado del candidato desautorizó, sin tener que despeinarse, las interpelaciones agresivas y las descalificaciones fuera de lugar. En cualquier caso, si el futuro presidente es capaz de contagiar su estilo al conjunto de su partido y, principalmente, a su gobierno, creo que puede conseguir mejorar notablemente los índices de credibilidad y confianza en la política en general.
En cuanto al contenido programático propiamente dicho –aunque el estilo, en tiempos duros, también es programa– no se apartó de lo expuesto en campaña electoral. Los acentos más bien conceptuales –un gobierno business friendly; la necesidad de superar, por anacrónico, el debate sobre el tipo de titularidad de las escuelas; un nuevo ecologismo compatible con un crecimiento sostenible, etcétera– suavizaban las asperezas del anterior gobierno, mientras se mantenía firme en los acuerdos ya alcanzados en la anterior legislatura como el pacto por la Inmigración, la ley de Educación y otros.
Creo especialmente destacable el octavo yúltimo eje del discurso del futuro presidente sobre la nación, posiblemente el más arriesgado, discutible y discutido. Por una parte, impecable la afirmación de que la cultura es el nervio de la nación, y que en este punto debe actuarse como un país independiente. Por otra, la ambivalente idea de abrir una nueva transición nacional basada en el derecho a decidir, con el pacto fiscal como primer objetivo. En cuanto a lo primero, que Mas vinculó acertadamente con la política de relaciones exteriores, al nuevo Gobierno no le faltarán ocasiones para probar tal compromiso ya que buena parte de los principales acosos le vendrán por este lado. Y por lo que respecta a la nueva transición nacional, lo mejor es que queda todo abierto, y lo peor, que no hay compromiso en nada. Lo del “derecho a decidir”, desde mi punto de vista, sigue siendo una fórmula sin contenidopolítico ni jurídico alguno, ya la propuesta de nuevo pacto fiscal le falta algún dato concreto para que pueda considerarse un objetivo ambicioso y de éxito mesurable.
La paradoja es que, quizás porque elmomento político que vive Catalunya es tan exigente, la presentación de un programa y un estilo tan moderados, tan templados, acaba resultando lo único creíble. De manera que todas las virtudes del discurso –y posiblemente del Gobierno– de ArturMas son yserán también su mayor limitación al no señalar ningún horizonte concreto de plenitud nacional. Mas promete una navegación tranquila pero no un rumbo claro. Promete no prometer –de momento– otra cosa que mantener abiertas las puertasque el Tribunal Constitucional quiso cerrar, que no es poco, y seriedad, rigor yausteridad, que ya esmucho. No es para tirarcohetes, pero puede que nos venga bien a todos un tiempo para la reposición de fuerzas yasí preparar mejor nuevos ymás ambiciosos desafíos. Y, en todo caso, es lo que ahora pide el país.