Pensar la política

El partido político quizás sea una buena estructura para organizar la ocupación del poder, pero, a todas luces, resulta ser un aparato absolutamente negado para el desarrollo de un pensamiento político crítico y lúcido. De manera que resulta difícil imaginar algo más absurdo que la figura del intelectual orgánico, ya que nunca la inteligencia ha sido orgánica, y los aparatos políticos siempre han combinado mal con la libertad de pensamiento. No descubro nada nuevo, de acuerdo. Pero lo hemos podido constatar nuevamente y con rotundidad con los discursos tópicos y previsibles oídos durante las últimas semanas después de la apabullante victoria de CiU en las pasadas elecciones. Y, muy particularmente, esta dificultad para la reflexión política seria ha quedado en evidencia después de leer las reacciones de los portavoces parlamentarios al discurso de Fin de Año del nuevo president Artur Mas. ¿Puede opinarse algo menos sustancial y más fuera de lugar ante un breve -pero intenso- discurso institucional de Fin de Año que, unos, acusarlo de no haber entrado en el detalle de la acción de gobierno; otros, de denunciar que los esfuerzos anunciados los iban a pagar “los de siempre”, o aquellos, de haber utilizado un registro demasiado patriótico?

¿Tan difícil es aceptar que se trató de un buen mensaje institucional tanto en el aspecto formal como en el contenido? Sin condescendencias fáciles, anunciando con claridad las dificultades, apelando a la capacidad de sacrificio y a la voluntad de superación, denunciando los obstáculos políticos y, en fin, transmitiendo confianza y compromiso hacia el país, ¿no era acaso el mensaje más conveniente, si no el único posible? Además, ¿es que no son capaces los partidos políticos de entender que existen ritos institucionales que deberían quedar fuera de la agria disputa partidista?

No se trata ahora de elogiar al nuevo president y su buen estilo comunicativo, sino de lamentar las enormes dificultades que en general demuestran todos los partidos políticos para producir discursos sensatos, con sentido común y que puedan ser comprendidos y compartidos sin tener que partir de la adhesión incondicional a la organización. Me refiero a discursos que no sean permanentemente autojustificativos, que estén abiertos al diálogo y que se muestren capaces de incorporar nuevos matices. Pienso en la que me parece obvia necesidad de los partidos de no quedar encerrados en la legitimación de sus tácticas contra los rivales, es decir, en la necesidad de demonizar al adversario para luego poder atacarlo sin compasión. Parece claro que es precisamente a través del debate de ideas que los partidos políticos podrían mantener su contacto con la realidad, más allá del estrecho y particular mundo de la disputa y la escaramuza partidista, producida en exclusiva para su representación ante los medios de comunicación y, por tanto, al servicio de la diferenciación, aunque sea banal.

No sé si es norma general, pero da la impresión de que los partidos políticos son algo más permeables al pensamiento crítico cuando están en la oposición y que, en cambio, cierran rápidamente las puertas al ocupar puestos de gobierno. Quizás sea así porque mientras necesitan mejorar resultados electorales, buscan complicidades en sectores sociales e ideológicos más amplios para conseguir una mayor capilaridad con lo que aquellos puedan representar. Pero en cuanto llegan al poder, y con muy pocas excepciones, los partidos quedan encerrados en sí mismos y viven muy mal las críticas de aquellos en los que antes habían buscado proximidad. Esta es una de las razones que pueden explicar el declive de ciertos gobiernos que, a pesar de tener en sus manos todas las posibilidades para mantener un contacto directo con la ciudadanía, acaban leyendo equivocadamente lo que ocurre delante de sus narices. Ya pueden encargar informes técnicos o hacer encuestas de opinión, que todo es leído e interpretado con la rigidez que produce un discurso encorsetado por la necesidad de justificar la propia acción. Mucho de eso le ha ocurrido al gobierno tripartito que acaba de ser desalojado del poder por las urnas, después de haber quedado, ya desde muy al principio, sin un entorno intelectual capaz de arroparlo. Y es también esta circunstancia lo que explica que, desde las filas partidistas, ciegas a lo ocurrido, se tienda a interpretar la derrota como consecuencia de un acoso – en realidad, un abandono-mediático.

El momento político que vivimos es verdaderamente interesante. El nuevo Gobierno llega habiendo demostrado esta capacidad renovada para un mayor diálogo social, del cual la Casa Gran del Catalanisme de CDC sería un buen ejemplo. Mientras, los partidos salientes aun están marcados por sus rígidas lógicas de autosuficiencia y autismo discursivo, incluso sacando del baúl las viejas críticas a Pujol para endorsárselas ridículamente a Mas. Esto puede explicar las dificultades iniciales que han tenido para dar una respuesta rápida e inteligente ante la nueva situación.

Lo deseable, una vez que hayan puesto orden de puertas adentro, sería que la oposición abriera de nuevo un diálogo hacia el exterior. Y lo de momento imposible de pronosticar es si el nuevo gobierno sabrá mantener abiertos y fluidos los cauces de un cierto intercambio de ideas que le puedan asegurar que sigue siendo capaz de sumar y no restar.

La política no puede pensarse ni sólo ni principalmente desde los partidos. Esperemos haber entrado, con la nueva década y el nuevo Gobierno y oposición, en un periodo de mayor intercambio y debate de ideas, ahora que tanta falta nos van a hacer. Vamos a necesitar muchos hechos coherentes, arropados por muchas palabras claras, tanto en el Gobierno como en la oposición.