Empujones hacia fuera

Mejor que hablemos claro y sin rodeos: la opinión pública española, de manera muy general y gracias a muchos años de tenaz presión, ha llegado a la conclusión de que el antes tan cacareado “Estado de las autonomías”, por constitucional que sea, ha ido demasiado lejos, pone en peligro la unidad y el futuro de España, vale un pastón y hay que volver a dejar las cosas en su sitio. Lo piensa el ciudadano de a pie y el rector de universidad. Y lo cree así el padre de la patria más conservador y el cosmopolita más progre. El antisistema y el señor Aznar. Existe un amplio sector comunicativo que lleva tiempo mostrando con todo descaro su voluntad de poner en cuestión aquel modelo inventado durante la transición para ver si, moviendo la barca en la que todos cruzamos el charco, se caen al agua los que más reman. Y siguen empeñados en ello, incluso asumiendo el riesgo de que la barca se hunda entera.

Nada nuevo bajo el sol. Tengo recortes guardados de antes del primer gobierno de Aznar en los que el antiguo presidente, hombre coherente donde los haya, ya sostenía tal guión. Y en sus últimos cuatro años en el poder se dedicó con el alma entera a la reconquista nacional. Luego, la recepción en España de la propuesta de nuevo Estatut catalán volvió a dejar claro que la desconfianza de fondo hacia las autonomías era universal, es decir, iba de derecha a izquierda. La actitud y declaraciones de Alfonso Guerra, presidente de la comisión Constitucional del Congreso, fueron diáfanas. Por no mencionar las declaraciones reiteradas de don Gregorio Peces Barba. Y la consideración de los severos recortes del Tribunal Constitucional al Estatut catalán por parte del presidente Rodríguez Zapatero -”misión cumplida”- es de interpretación inequívoca. Los hechos y las palabras explícitas sobre el deseo de involución autonómica son tantos y tantos, que relativizar los sentimientos y las intenciones de la política española sobre este asunto -como acaba de hacer José Zaragoza- sólo se puede comprender desde la complicidad pura y dura con tales propósitos. Que ahora se aproveche la crisis económica para volver a cantar la misma canción no sólo no puede sorprender, sino que es casi irrelevante: la corriente unitarista de fondo es muy anterior y, por larga que sea la crisis, la va a sobrevivir.

Pero ante tal constatación no crean que voy a salir en defensa del autonomismo. Todo lo contrario: yo también he creído siempre que la España de las autonomías era un invento, por lo menos, caro e inestable. Lo era de nacimiento, porque no buscaba atender a unas supuestas aspiraciones regionales emergentes, sino diluir las de las naciones históricas. El café para todos no era una gran teoría política para tan compleja reordenación territorial. Y también ha sido un invento inestable y caro por evolución y resultados. Dio lugar a la aparición de toda una nueva casta de funcionariado autonómico y de nuevas élites políticas, sin que se redujera el número de los que cumplían las funciones que estos sustituían. Esto ha favorecido, en ocasiones, los climas generalizados de corrupción política (el PP en Valencia y Baleares, que por proximidad, son los casos más dolorosos) y, casi siempre, el despilfarro de recursos públicos. Los datos de tal ineficiencia son conocidos de mucho antes del ahora famoso informe de la FAES. Por citar uno de los datos más sonados, en Extremadura el 23,3% de la población ocupada son funcionarios (media entre 2004-2009), mientras que en Catalunya se pueden atender servicios parecidos -quizás no tantos, cierto- con sólo el 8,3% de los ocupados. Así que sean bienvenidos al club de los que siempre denunciamos tan estúpida y carísima estrategia de disolución de los derechos de las naciones históricas, de la que ahora todos pagamos los platos rotos.

Lo escandaloso es que ahora, en lugar de reconocer la causa original del desastre, se utilice a Catalunya para convertirla en responsable del desbarajuste. Para que se entienda bien: se inventan la España de las autonomías para aguar las aspiraciones nacionales de vascos y catalanes, y cuando ven que no pueden con ellas, intentan culparnos de ser los responsables del fracaso de su modelo. Lo contrario es cierto: Catalunya -con Valencia y Baleares- ha estado pagando el despilfarro. Se trata de la famosa “solidaridad” forzada, calculada en un 10% del PIB catalán y en 22.000 millones de euros anuales. Cornuts i pagar el beure.

Francamente: no sé qué hay en tanto alboroto antiautonómico de mera competición preelectoral entre PP y PSOE para marcar el mayor paquete patriótico o de necesidad de enseñar músculo económico en Europa. Quizás quieran ocultar que la deuda pública de las comunidades autónomas, sumando incluso las que más despilfarran, está en el 2% del PIB, mientras que la del Gobierno central llega al 9% con sólo la mitad del gasto. En cualquier caso, lo que me parece de una total evidencia es que un ajuste autonómico a la baja va a producir un doble escenario conflictivo. El primero, en las comunidades más beneficiadas por el modelo, para las cuales va a ser difícil aceptar su verdadero nivel de riqueza y reducir el volumen de su sector público. El segundo, en Catalunya, porque ni podremos ni querremos aceptar que se nos cargue el muerto del fracaso de un modelo autonómico que se inventó contra nosotros. La verdad: creo que no se dan cuenta de hacia dónde nos están empujando. Y con qué ansia, por lo menos algunos, vamos a agradecer el empujón definitivo.