La crisis actual, por si no habíamos tenido bastante con los desafíos propios de un crecimiento económico demoledor de las buenas costumbres, ha acentuado la imagen pública de catástrofe en el sistema educativo, también en el ámbito universitario. No es nada fácil contestar a las críticas, porque aunque estas suelen fundamentarse en un extremo desconocimiento de las muchas virtudes que también tienen nuestras escuelas y universidades, esos puntos fuertes acaban diluidos por la rigidez estructural a la hora de dar respuestas rápidas a los nuevos retos, que son muchos.
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