Ressentiment i rebequeria

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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versió en castellà:

Resentimiento y berrinche

Hasta ahora sabíamos bien cuáles  eran las miserias de una campaña electoral en tiempo de vacas gordas. El candidato o candidata se dedicaba a hacer todo tipo de promesas sobre grandes proyectos de futuro. Durante todos los años de crecimiento, se había acostumbrado al elector a creer que la administración pública era una gran bota de Sant Ferriol, de manera que la elección del voto consistía en elegir al candidato o al partido que parecía más de fiar a la hora de cumplir los compromisos. Más equipamientos, más inversiones, más servicios… Deslumbrado, el ciudadano aceptaba ignorar que, de una manera u otra, era él quien acababa pagando las facturas. La burbuja inmobiliaria, sobre todo en la administración municipal, había garantizado unos ingresos extraordinarios que, al evitar el aumento de impuestos directos, permitían disimular el coste social de las promesas. El ciudadano lo pagaba en el precio de las viviendas y en el de otros bienes y servicios artificiosamente encarecidos, pero el despilfarro público quedaba disimulado.

Por si alguien tenía alguna duda, siempre había un economista, un politólogo o un sociólogo experto en políticas públicas para recordarnos que todavía quedábamos cortos ante el gasto que hacían las administraciones de los países desarrollados del centro y el norte de Europa: allí, el porcentaje del PIB en educación, en sanidad… ¡siempre era más alto!

La lista de los recursos públicos destinados a los servicios se presentaban independientemente de la productividad, de los niveles impositivos o de la eficiencia en la organización de los servicios. Hay que decirlo: en el reparto de responsabilidades de todos estos años de manos rotas, tienen un papel destacado los banqueros y los políticos, pero también hay que situar, en mayor o menor medida, a los expertos,la crítica sistemática a la administración pública de los cuales ha consistido en exigirle más, y más, y más…

Sin embargo, ahora hemos entrado en una nueva era de campañas sin posibilidad de hacer grandes promesas. Incluso los candidatos que simulan que se escandalizan con la exigencia de ahorro forzoso, saben que a partir del 23 de mayo habrá que decir toda la verdad, y a quien gane las elecciones le esperan cuatro años de administrar una drástica reducción presupuestaria. Porque, si las cosas van bien, si la situación económica mejora en los próximos años -circunstancia que todavía no está garantizada-, a todo lo que podemos aspirar es a parar el retroceso, a incorporar progresivamente a los parados al mercado de trabajo y a preservar el Estado de bienestar haciéndolo infinitamente más eficiente. Como pasó con la cocina de posguerra, habrá que volver a aprender a hacer platos apetitosos con ingredientes pobres.

Pues bien, dadas todas estas circunstancias, ¿cuál es la nueva lógica electoral esperable en tiempo de vacas flacas? ¿Hemos aprendido alguna cosa de los errores del pasado? ¿Estamos diciendo la verdad al ciudadano para no tener que engañarlo después? ¿Hacemos campañas sobrias, a la altura de la responsabilidad del momento? ¿Orientamos el debate electoral a buscar la cooperación futura y no tanto que a mantener los enfrentamientos pasados? ¿Algún candidato espera recuperar la confianza del ciudadano haciendo un ejercicio de autocrítica franca? ¿Se ha entendido bien que en estas elecciones el único debate político posible es sobre quién sabrá hacer el ahorro más inteligente, con un coste social menor y una mayor eficiencia futura en los servicios públicos?

Hay que decir que, lamentablemente, nada hace pensar que estemos en el buen camino. El inicio de campaña, ciertamente con matices según el candidato y el partido, no anuncia nada bueno. Que Montilla salga del largo silencio para decir que los recortes en salud y educación están en el ADN del Gobierno de Artur Mas es prender fuego sólo para hacer humo sobre las responsabilidades del PSC. Que el Gobierno de CiU aplace el debate sobre el ahorro urgente para después del 22 de mayo es tratar de estúpida a la ciudadanía. Que Hereu afirme que su programa puede interesar a los independentistas es el mejor gag que nunca haya salido de Polònia.Que el Gobierno de Madrid impugne convocatorias de plazas de profesor según los intereses electorales es una vergüenza que tendría que rebotarle en las urnas. Que los candidatos del PP en Catalunya insistan en hacer la vida imposible a los inmigrantes – se supone que sólo a los indocumentados-hasta que se marchen raya la violación de los derechos humanos y demuestra una voluntad clara de vulneración de los procedimientos legales establecidos.

Lisa y llanamente: aquello que anuncia el inicio de campaña son dosis altas de resentimiento y actitudes de berrinche. Resentimiento hacia el adversario, y respuestas a la crisis propias de criaturas consentidas, ignorantes de la gravedad del momento. No sé ver, y lo lamento, la altura de miras que los tiempos reclaman. Y si los que saben cuál es la situación real del país simulan que oyen llover, ¿qué podemos que esperar del resto de ciudadanos? Pues más resentimiento y más berrinches. Estoy seguro de ello: otra campaña es, o tendría que haber sido, posible y deseable.