Cambian las tornas

Con las últimas consultas soberanistas del domingo pasado, incluida la de la gran capital del país, se ha cerrado un ciclo de movilización a favor de la democracia en mayúsculas. Es decir, del ejercicio democrático que se atreve a preguntar por las grandes cuestiones políticas pendientes y no sobre asuntos tan secundarios como dónde colocar los carriles bici o bus en una gran avenida. A la vista de los resultados conseguidos, y en las condiciones en las que se ha trabajado, puede ya asegurarse que se trata de la dinámica organizativa de participación popular más importante conocida hasta ahora en nuestro país y quizás en toda Europa. Ahí es nada los 555 municipios participantes con sus equipos de voluntarios – 7.000 personas en Barcelona-y la movilización de más de 880.000 votantes. Y unos datos a tener en cuenta: según fuentes oficiales, la consulta sobre la Diagonal gozó con el apoyo de toda la administración y consiguió 168.163 participantes gastando del erario público unos tres millones, a 17,8 euros por votante. Los 253.647 participantes en la consulta de Barcelona (Hereu obtuvo en 2007 sólo 182.216 votos) han costado 200.000 euros de aportaciones particulares, apenas 70 céntimos de euro por voto: veinticinco veces menos.

Dejemos para la historia los silencios, los miedos, los menosprecios, los rechazos, los insultos y a quienes los han protagonizado. Sirvan, simplemente, para contextualizar mejor las condiciones en las que se han desarrollado las consultas, tan distintas de las de cualquier convocatoria electoral oficial. Y poco a poco se sabrá que lo de las urnas no lo fue todo, porque también están los miles de actos públicos, como conferencias, debates, cinefórums, conciertos o fiestas populares (se lleva calculada una media superior a siete eventos en cada municipio), a los que las consultas han dado empuje y vida, y que siguen teniendo continuidad por donde han pasado. Todo un mazazo al discurso sobre la desafección política. En definitiva, siendo un movimiento sin liderazgo claro, que desde la primera consulta en Arenys de Munt ha durado 19 meses y que ha sobrevivido a sus trifulcas internas, tampoco ya no vale interpretarlo como algo meramente reactivo, como podría decirse de la manifestación del 10-J. Las consultas han sido la expresión del avance de un proceso de fondo que, además, no va a acabar ahí.

La importancia del movimiento de las consultas que se cerró el domingo deberá estudiarse con rigor, sine ira et estudio.Ya tenemos algunas aproximaciones, como la reciente tesis leída por el doctor Ricard Vilaregut sobre la Plataforma pel Dret de Decidir, o artículos especializados como el de Jordi Muñoz, Marc Guinjoan y Ricard Vilaregut, “Les consultes sobre la independència”, publicado en el Informe sobre l´estat de la democràcia a Catalunya 2010 (IGOP, UAB). Pero ya podemos sacar algunas conclusiones que deberían tener en cuenta quienes quieran superar viejos esquemas de análisis para entender mejor lo que está ocurriendo a su alrededor. Y la primera de todas las lecciones es que ya no va a ser posible, sin hacerse trampas al solitario, seguir vinculando el independentismo a una mera pulsión sentimental, y las alternativas de corto alcance -como el concierto fiscal o el pacto fiscal-, al interés racional. Para empezar, es objetable suponer que interés y sentimientos se desarrollen por separado. Nada más lejos de la realidad: los sentimientos fuertes suelen ir muy pegados a los intereses fuertes. Pero es que, tal como se ha desarrollado la política de desencaje profundo entre España y Catalunya, lo que sí puede afirmarse es que alguien que aún cree que el concierto económico es posible, es que está atrapado en fuertes sentimientos vinculados a intereses muy particulares hasta el punto que no le permiten razonar con claridad. La independencia de Catalunya será tan difícil como ustedes quieran, pero el concierto económico dentro del marco constitucional, estatutario y con el escenario político español actual y futuro, es simple y llanamente imposible. Y, en cualquier caso, ya no depende de nuestra voluntad.

Y, segunda lección, si la aspiración a la independencia ya no es lo meramente sentimental -frente al unionismo que hasta hace cuatro días era presentado como lo único racional y serio-, tampoco ya no podrá seguir diciéndose que sea la primera la que pone en peligro la cohesión social, sino el segundo. Con las tornas cambiadas, en cuanto se alcance -si no la tenemos ya- una mayoría social deseosa de conseguir la soberanía nacional plena, lo único que podría poner en peligro la cohesión sería una actitud antidemocrática del unionismo que diera cobertura ideológica a expresiones intolerantes. Si el independentismo traza su camino apelando a la radicalidad democrática, sería de esperar que el unionismo no se defendiera agarrándose a un statu quo establecido hace más de treinta años en condiciones de excepcionalidad y amenaza.

Como en todas las casas, en la del independentismo hay de todo. Pero quien se ensañe en las expresiones más burdas del mismo empecinándose en conservar sus prejuicios, en los meses venideros va a tener más de un disgusto. Acabada la serie de consultas, el independentismo definirá nuevos y más altos objetivos, buscando llevar sus argumentos a nuevos sectores de catalanes para que, más allá de viejas sentimentalidades, descubran cuáles son sus verdaderos intereses sociales y políticos.