No confío para nada en la posibilidad de que la clarificación conceptual académica de un término del que se abusa en política pueda deshacer los entuertos que provoca su aplicación inadecuada. La política no está para perder el tiempo en precisiones terminológicas, sino para usar las palabras como dardos contra los adversarios, y por esa razón les saca punta para que la herida sea más profunda. Ha ocurrido en la última década con la palabra nacionalismo,a la cual se ha conseguido pegarle todo tipo de sospechas: agresividad, exacerbación, desprecio al otro,victimismo, exclusión, xenofobia…
Este verano, y a pesar de estar viviendo los mayores dilemas sociales, económicos y políticos que haya tenido este país desde los años de la transición, no pasará a la historia por la profundidad de las reflexiones de los líderes políticos de nuestro país. Fuera de la presión del combate diario, cuando los periódicos suelen ofrecer espacio generoso para expresar cuestiones más amplias que durante el curso no tienen cabida, resulta que tampoco las ideas políticas han fluido vigorosas. Uno podría caer en la tentación de pensar que el problema está en las vacaciones de los asesores de los respectivos líderes.
El lector em permetrà que surti amb un ciri trencat: s’acosten eleccions? haurem de deixar de parlar de política! I és que, en general, si tothom coincideix en l’opinió que la política que fan els partits sol estar excessivament atrapada en el tacticisme miop fins i tot quan s’encara amb els grans temes de fons, a la que s’acosten les eleccions, res del que s’esdevé i res del que es diu no té cap sentit si no és a la llum dels càlculs més rebuscats i malèvols. Per això els partits tenen equips de campanya que no tenen altra feina, durant uns mesos, que buscar el millor resultat electoral per damunt de qualsevol altra consideració.
Quizás el argumento más común y más serio para cuestionar la posibilidad de la independencia de Catalunya sea el de una hipotética ruptura de la cohesión social y de la quiebra de la unidad civil de los catalanes. Se trata, por otra parte, de un viejo temor que ya justificó muchas renuncias políticas durante la transición a la democracia, y hasta ahora mismo ha seguido siendo la gran excusa histórica del PSC para dar cuenta de su subordinación al PSOE: evitar el lerrouxismo en este país.
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