Dejando atrás la indefensión aprendida

Me imagino la alegría que habrá tenido ahora Patxi López al saber que Pere Navarro, secretario general de los socialistas catalanes, pedía un gran acuerdo político en España para acabar con los “privilegios” del modelo vasco y navarro de financiación. Lo digo porque no hace ni tres semanas que Patxi López se alegraba muy mucho de que Navarro y el PSC, según su interpretación de las palabras de éstos, empezaran a “tomar distancia” y a “romper” con la “deriva” nacionalista del derecho a decidir, que no ocultaba otra cosa tan despreciable como el derecho a decidir la independencia. ¡Qué tiempos aquellos en los que los socialistas vascos podían pasear por el País Vasco a Ernest Lluch o a Pasqual Maragall y los nacionalistas los envidiaban!

No voy a hablar ni de Patxi López ni de Pere Navarro. Solos se meten en estos berenjenales y ya se espabilarán a salir de ellos, si lo consiguen. La inconsistencia política de las palabras de uno y otro solo pueden explicarse por una razón: no se trata de ideas pensadas, sino de dardos envenenados lanzados a la defensiva contra adversarios que no adivino a descifrar. Apenas hace unos días, el PSC parecía dar apoyo a Madina como nuevo secretario general del PSOE… contra Chacón. También los apoyos son dardos contra otros. De manera que, no siendo experto en armamento ni en guerra de guerrillas intrapartidistas, que vengan otros a hacer una hermenéutica de la que yo no soy capaz.

Lo que sí me interesa es desarrollar un aspecto de lo dicho por López. Vamos a ver: por una parte, es cierto que si en Catalunya se reclama el derecho a decidir no es para discutir dónde colocar los semáforos, mucho menos para cambiar sus colores habituales. Es para decidir si nos parece bien quedarnos en España o independizarnos de ella. Para lo de los semáforos no valdría la pena tanto alboroto político ni tanta manifestación con banderas esteladas. Incluso si solo fuera para conocer la opinión de los catalanes sobre la independencia, con una encuesta pasaríamos. En realidad, ya tenemos muchas. E incluso las financiadas por los que no desean la independencia, dan resultados -por ejemplo, la última- cercanos al 58% de apoyo por un 36% en contra. Descontando la abstención, el apoyo sería de un contundente 62%.

En cambio, se equivocan López y tantos otros que interpretan que el independentismo en Catalunya es obra del nacionalismo, supuestamente representado por CiU, y muy particularmente por Artur Mas. Vayamos por partes:

Primero, recordemos que el nacionalismo de CiU siempre fue regionalista. Pujol buscó por activa y por pasiva el encaje en España. Una desazón premiada por ABC, nombrándolo “español del año”. En CiU había independentistas, sí, pero no lo era Pujol, ni conozco bastante a Artur Mas para decir si era uno de ellos o no.

En segundo lugar, lo que sí sé es que Mas, hasta el otoño pasado, tenía un programa no rupturista, vinculado al éxito de un nuevo pacto fiscal. Cerrada la puerta a hablar de ello, o la sugerencia de que se presentara en las Cortes para ser humillado como en su día se intentara humillar al lendakari Ibarretxe, acabó definitivamente con un ciclo político.

Tercero: la precipitación del final de legislatura por el fracaso de lo que era su compromiso principal estuvo acompañada de la eclosión de un proceso que los medios de comunicación, siempre más atentos a las élites gobernantes que al pueblo, apenas habían mostrado hasta aquel momento. Los catalanes, o una gran mayoría de ellos, habían pasado página a la cultura victimista tradicional y apuntaban a otro estadio de libertad política. El clamor popular indicó de manera clara a la razón política que debía hacer su propio aggiornamento. De manera que no es el nacionalismo de partido quien ha empujado a la población, sino todo lo contrario. Habrá tiempo para demostrarlo, pero deberemos hacerlo después de la batalla.

En cuarto lugar, aunque sea complicado de comprender, la mayoría de catalanes favorables a la independencia no son independentistas, en el sentido que podríamos haberle dado años atrás. No se trata del resultado de un proceso acelerado de adoctrinamiento. Lo gracioso es que la mayor parte de la ciudadanía ahora aspira a la independencia sin haber pasado por una toma de conciencia de tipo ideológico. Es algo más simple. Y la mayoría de ellos siente como si siempre lo hubiera deseado.

Tengo algunas teorías para explicar lo sucedido, pero una de ellas es la muy conocida como la “indefensión aprendida”, la learned helplessness. Uno aprende a estar indefenso y, sin probar a escapar, considera imposible de entrada conseguir la libertad. Es el caso del elefante al que de pequeño se le acostumbra a estar atado a una estaca con un grillete en la pierna. En su edad adulta solo es preciso ponerle la argolla en la pierna, sin atarlo, para que no se mueva. En Cataluña, ante los pocos independentistas de siempre, era muy habitual la frase: “ya me gustaría, pero no es posible”. Pero el fracaso de los resultados esperados de la reforma del Estatut, certificada por una sentencia del Tribunal Constitucional humillante para un pueblo que ya lo había votado en referéndum como mal menor y con mucha resignación, supuso, paradójicamente, una liberación. Entre 2007 y 2012, en sólo cinco años, los ciudadanos se dieron cuenta de que, en realidad, la Constitución les había hecho creer que estaban atados, pero que no era cierto. O al menos es lo que creemos ahora, hasta que no se demuestre lo contrario.

Me parece de todo punto necesario que fuera de Cataluña, en España, en Euskal Herria y en el resto del mundo, se comprenda que el debate independentista en Cataluña, por sorprendente que pueda parecer, no es artificial ni la imposición partidista de algún dirigente al que se le ha ido la cabeza. Decía José María Aznar el otro día que no hay debate secesionista que valga. ¿Cómo puede ser que un dirigente político pretenda comprender la realidad ignorándola? ¿O es que solo aspira a controlarla? Lo mismo vale por las declaraciones de Alfonso Guerra, sugiriendo que el independentismo lo impone el nacionalismo en contra de la voluntad popular, a la cual se le impide coercitivamente que se exprese con libertad. Otro ciego. Ciegos voluntarios, claro. Porque si Aznar fue el primero en acabar con la paciencia de los catalanes, el otro es el que se burló del Estatuto catalán en Barakaldo, en 2006, con aquello de habérselo “cepillado”, como hicieron con el Plan Ibarretxe. “¿Para qué nos vamos a engañar?”, añadió Guerra.

Posiblemente, CiU pagará cara su apuesta soberanista. El nuevo escenario de independencia a los primeros que hará desaparecer es, inevitablemente, a los independentistas y a los que hayan asumido la responsabilidad de hacer posible el derecho a decidir. Lógico. Quiera creerse o no, estamos ante una apuesta que no puede comprenderse con esquemas propios del tacticismo político. Esperemos que el día que España lo comprenda no sea demasiado tarde y pueda completarse el proceso de la manera más civilizada posible. Por decirlo como Cameron, para hacerlo al estilo británico: con diálogo y racionalidad democrática.

 

Pot llegir l’article al web del diari Deia clicant aquí.